"El tecnócrata experto domina la ciencia. Pero gobernar y conducir es un arte que se sirve de la ciencia para superarla luego en el ejercicio de la vida. Administrar no es lo mismo que gobernar. Nos hemos acostumbrado a que se confundan los planos y cada vez más el político aparece desacreditado frente a los que saben cómo se hacen las cosas. Sin embargo, el que interpreta qué cosas han de hacerse de acuerdo a las señales que percibe de la comunidad que representa, es el político. El político en el más pleno sentido de la palabra, arraigado, intérprete y alineado con su comunidad de origen. Experiencialmente compenetrado con ella y sus necesidades. Ello no significa que su acción tenga que caer en la irracionalidad, como contrapuesta al accionar del experto. Pero el auténtico político de raza maneja una racionalidad que brota de la vida de la población y está en condiciones de formularla con sentido común y claridad. Más aún, si se trata de un hombre de excepción, puede convertirse en un estadista visionario, capaz de ver más allá de lo que los otros ven pero siempre desde el horizonte de las necesidades y fines generales de la sociedad. El auge de los expertos especializados y con formación asépticamente internacional, acarrea el peligro de un vaciamiento ético por falta de integración de la voz del ciudadano local, aquí y ahora y de conducir a la despolitización como fenómeno sumamente peligroso, al que ya se asiste en todo el mundo globalizado."