La rápida revalorización del Greco más de tres siglos después de su muerte (1614) es uno de los fenómenos más interesantes y espectaculares de los estudios modernos sobre los antiguos maestros de la pintura y del mercado del arte en el siglo XX. Aunque celebrado en vida por algunos de sus retablos, el cretense cayó pronto casi en el olvido, y hasta bien entrado el siglo XIX se denostaron sus extravagancias y sus inquietantes figuras alargadas, que sólo podían ser o eso se pensaba obra de un loco. Sin embargo, alrededor de 1860 el Greco cobró un protagonismo inusitado. La recuperación de su fama se inició con impresionistas como Manet y Degas, que le consideraban un adelantado a su tiempo por su personal lenguaje estético, su uso atrevido del color y su originalidad. A ellos les siguieron historiadores del arte como Justi y Cossío, y pintores que incluso llegaron a ver en él a uno de los principales precursores de su obra de vanguardia, entre ellos Picasso y Kandinsky.
Si el interés por el Greco coincidió con la llegada del arte moderno, su interpretación por parte de algunas figuras eminentes de las letras y el pensamiento europeos del cambio de siglo estuvo directamente ligado a la creciente influencia del nacionalismo en el arte. Así, en unas décadas el Greco no sólo se convirtió en uno de los patriarcas del arte moderno, sino también, de manera igualmente inesperada, en un intérprete privilegiado del alma española y en el precursor del realismo español del siglo XVII encabezado por Velázquez. El «descubrimiento» de este patrimonio europeo a través de una cadena fascinante de artistas y entendidos algunos famosos, otros casi desconocidos se analiza con detenimiento en este libro riguroso y ameno, excelente panorama de la fortuna del Greco en la cultura y el arte europeos entre 1860 y 1914.