Estamos ante una novela compleja en su sencillez; sencilla en su complejidad. Doña Rosario, su protagonista, descubre al poco de enviudar, que toda su vida ha sido un fraude, una farsa, una impostura. A la soledad más absoluta (orfandad familiar) viene a sumarse el descubrimiento, no solo de la infidelidad sino de la doble vida de un marido, en apariencia, tan ejemplar como anodino. Esta historia, pequeñoburguesa y vulgar, está narrada -primera novedad- por un cuaderno que se erige en portavoz de toda la novela: el cuaderno de los cuadernos. Otros cuadernos desembocan, como afluentes, en el primero y principal. Pero, no siendo poco lo descrito, ha de añadirse que tal narrador -una voz- se debe a un autor, que lo crea y maneja como un deus ex machina. Y, además, unos lectores de ficción (metafictivos) leen y comentan la propia novela, insertados en la misma. De modo que el lector empírico, el lector de carne y hueso: tú, sí, lector, que me sostienes entre las manos, y ahora me lees, completas la trama y la historia.