Cuando Héctor pisa Guinea Ecuatorial parece un cooperante más entre los muchos que llegan al país cada verano para colaborar en proyectos que desarrollan varias ONG. Su destino es Nabaveng, un pequeño poblado en el interior de la zona continental, un lugar aislado donde trabajará en la construcción de una nueva escuela junto con sus dos compañeros. Nadie conoce sus verdaderos propósitos ni hasta donde está dispuesto a llegar por conseguirlos.
Los primeros días de su estancia en el poblado, Héctor logra asentar su falsa identidad frente a Cova y Arturo, y convencerles de su interés por llevar el proyecto adelante, por colaborar con ellos en alcanzar los objetivos que la ONG les ha marcado. No tardará en compaginar con maestría profesional esa labor desinteresada con sus auténticas intenciones. Los primeros pasos le llevarán a conocer otros poblados y a otros cooperantes, entre ellos a una mujer que afectará a su autocontrol y desestabilizará sus emociones.
Sobreponiéndose a las circunstancias, deberá manejar un sinfín de situaciones imprevistas cuidando siempre de no quedar al descubierto y cumplir así con su cometido: acceder a Santa Isabel , una antigua hacienda colonial a las afueras de Bata habitada por un extraño hombre que jamás abandona los muros que la protegen del exterior.
Lo que Héctor no puede ni siquiera intuir es que el verdadero peligro para sus planes no está en el interior de la selva o en las complejas redes clandestinas que manejan su propia vida.