Jacinto Peraire Ferrer, periodista y escritor, con muchos años de dedicación apostólica plena. Autor, entre otros títulos, de "La otra cara de la Iglesia" (2000), "Cantando hacia la muerte" (2001), "Eva Lavallière, la Magdalena del siglo XX" (2001) y "Se jugaron el tipo" (2002).
PRESENTACIÓN
Al acabar de leer el libro que tienes en tus manos, «El Cinca baja teñido de sangre» me han venido a la memoria las palabras pronunciadas por el papa Pablo VI, en la homilía de la canonización de los mártires de Uganda, en el año 1964: «Estos mártires africanos vienen a añadir a este catálogo de vencedores, que es el martirologio, una página trágica y magnífica, verdaderamente digna de sumarse a aquellas maravillosas de la antigua África, que nosotros hombres modernos de poca fe, creíamos que no podrían tener jamás adecuada continuación».
En Monzón y en Sena, dos pueblos de la provincia de Huesca y, desde 1995, de la Diócesis de BarbastroMonzón, se ha escrito con sangre, una vez más, esa página trágica y maravillosa en las personas de los coadjutores de Monzón, llamados cariñosamente «los curetas» D. José Nadal Guiu y D. José Jordán Blecua, y en D. Rafael Gasco del Tejo y D. Gabino Gasco GarcíaFanjul, padre e hijo residentes en Sena.
En el relato de la pasión y muerte de estos testigos de la fe, que tan bellamente describe el autor del libro, D. Jacinto Peraire Ferrer, descubrimos el amor apasionado de esos mártires a Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo; el profundo cariño y veneración a Santa María la Virgen, madre de Dios y madre nuestra; y la honda afección a esta tierra del Alto Aragón y sus gentes, por quienes entregan sus vidas en ofrenda. Ellos, como Jesucristo, trataron de evitar beber el cáliz del sufrimiento, pero, se entregaron con todas sus fuerzas al cumplimiento de la voluntad del Padre. Y, como Jesucristo, mueren «mirando al cielo y perdonando» a sus verdugos.
Traer a la memoria el testimonio de estos mártires nos reconforta y anima. Son para nosotros modelo de coherencia con la verdad profesada. Nos estimulan, con su ejemplo, a ser testigos valientes y humildes de la fe que hemos recibido como precioso don y que no podemos ocultar ni menospreciar. Ojalá que sus vidas, entregadas como ofrenda al Padre, llenen de esperanza nuestras iniciativas apostólicas y nuestros esfuerzos pastorales en la hermosa tarea de la nueva evangelización, a la que nos convoca el papa Juan Pablo II en la carta apostólica «Al comienzo del Tercer Milenio». Y ojalá que nunca más surjan entre nosotros contiendas como las que llevaron al martirio a esos insignes hermanos nuestros. Para ello será bueno traer continuamente a la memoria los hechos acaecidos, las causas que los motivaron, promover siempre la paz y la concordia y pedir insistentemente al Señor, Príncipe de la Paz, que cambie nuestros corazones duros, a veces, como piedra, y nos dé a todos un corazón de carne capaz de vibrar ante el dolor y los sufrimientos de los hermanos.
Déjame, querido lector, acabar estas líneas haciendo mía la oración que ofrece la Liturgia de las Horas como himno de laudes el martes de la tercera semana del tiempo ordinario; también tuya, para recitarla juntos al Señor pidiéndole que la paz, el precioso pero frágil don de la paz, llegue a nuestras familias, a nuestra tierra y a todas las naciones del mundo:
Padre nuestro, que en los cielos estás,
haz a los hombres iguales:
que ninguno se avergüence de los demás;
que todos al que gime den consuelo;
que todos al que sufre del hambre la tortura
le regalen, en rica mesa de manteles blancos,
con blanco pan y generoso vino;
que no luchen jamás;
que nunca emerjan,
entre las áureas mieses de la historia,
sangrientas amapolas, las batallas.
Querido lector, adéntrate en la lectura apasionante de este libro, hazlo con veneración y respeto; deja que las palabras de los mártires, el testimonio de los testigos y el comentario del autor resuenen en tu corazón, de manera que puedas decir, a semejanza de los peregrinos de Emaús: ¿no ardía nuestro corazón mientras escuchábamos el relato de nuestros hermanos mayores en la fe?
Que Santa María, Reina de la Paz, nos conceda ser mensajeros de la Buena Nueva que es Cristo, el Príncipe de la Paz, única y definitiva esperanza de todos los hombres
+ JUAN JOSÉ OMELLA OMELLA
Obispo de BarbastroMonzón