Hacía frío y estaba deseando hacerse un café. Subió rápido y silencioso las últimas escaleras y entró en la cocina común. Se dio cuenta de que los indonesios habían abierto el brillante paquete de té rojo y, embriagado por su aroma, decidió probar la infusión en lugar del café. La primera regla para sustraer impunemente alimentos a los internos es no abrirles nada, ni una bolsa de alubias. La segunda, evitar las repeticiones consecutivas: si ayer se habían hecho arroz de las italianas, al día siguiente tomarían pasta del belga. Estas eran normas obvias, las lógicas, pero conforme subían en el escalafón de supervivencia, se iban complicando, haciéndose vagas y abstractas. Su favorita era del Salvaje y tenía algo de suicida. Si ves una puerta abierta, pasa.