Noche de septiembre.
Leo a poetas que preguntan
quiénes somos.
Hablan de la rosa y del ciprés,
escriben doblándonos
una esquina del corazón
para que no olvidemos
su pregunta.
Lejos, el ruido de la feria
promete venir,
pero es mi pensamiento
el que parte preguntando.
Me acerco a la ventana.
Una atracción con forma de equis
brilla en lo alto de la oscuridad,
se refleja en mis ojos
como una incógnita.
Y de pronto parece tan claro:
no somos más que parte
de la pregunta.
Aquella equis
sólo es el signo que multiplica
el cielo
por
la multitud,
y bajo la línea de la tierra
el resultado:
huesos,
cenizas,
pretéritos.
Nada que no arruine
mis ganas de salir.
Menudos los poetas;
peores que la lluvia.