La novela es un viaje a través de toda Rusia en busca de un tesoro que permanece oculto en una de las doce sillas que pertenecen a una noble dama del Imperio y que antes de expirar decide dar cuenta de su existencia al marido de su hija, Hipólito Matveyevich. El azaroso y desordenado destino de cada una de aquéllas, hace que el yerno de la dueña de las joyas, encuentre como cómplice a un ex convicto de múltiples recursos y métodos no muy ortodoxos como es Ostap Bender. Para completar la terna, el Padre Teodoro es un sacerdote escaso de recursos económicos que sueña con colgar los hábitos algún día. Antes de morir arranca en secreto de confesión el paradero del tesoro a la señora de Petujof. A partir de aquí comienza un recorrido vertiginoso en busca de unas sillas de alta calidad que simbolizan la riqueza, el gusto aristocrático y los viejos valores del antiguo régimen a través de la grisura, la pobreza y la escasez de las ciudades de la Rusia de entonces. El ambiente recreado en esta novela sería irrespirable y opresivo, cual si se tratara de una novela existencial, si no fuera por un elemento determinante que desdramatiza la tensión argumental: el humor. Y es que como ocurre en el género picaresco, los autores se valen de este recurso para poder dar cuenta de la realidad reduciéndola al absurdo desde un prisma humorístico y sometiendo a sus personajes, verdaderos "antihéroes", a una degradación progresiva. Esta magnífica obra ha sido llevada al cine en varias ocasiones por parte de dos maestros de la comedia como son Tomás Gutiérrez Alea en Las doce sillas (1962), adaptada eso sí al régimen castrista y Mel Brooks en 1970 en El misterio de las doce sillas. A estas versiones les sigue otra de Nicolas Gessner llamada Las trece sillas con Sharon Tate como protagonista.