Frente al ensayo, la narrativa tiene la ventaja de que puede incorporar elementos de realidad no fácilmente visibles: los deseos, las distintas percepciones, los miedos. Alojados en capas tan ocultas que hay incluso quienes niegan que sean componentes de la realidad.
Del mismo modo que la poesía contemporánea se ha liberado de la rima sin merma de su capacidad expresiva, los relatos agrupados aquí parecen haber prescindido del argumento sin renunciar a describir lúcidamente el mundo en que vivimos. Lo sustituye la abundancia de personajes, cada uno de los cuales aporta una mirada y su discurso interior como materia primera de descripción. Pero no al modo de la narrativa psicológica, donde interesa profundizar en el estudio del personaje: en los de Diecinueve rayas podemos reconocernos todos con mucha facilidad, porque representan situaciones o roles más que caracteres. Esta escritura es más ambiciosa: da la vuelta al relato tradicional de modo que los deseos, las distintas percepciones, los miedos, no son ahora elementos complementarios de la realidad, sino su mismo centro. Establecido el mecanismo, solo queda elegir los escenarios, los nudos donde las rayas se cruzan: en la intimidad de una habitación, en el asfalto de una calle, en una playa desolada, en un avión repleto de pasajeros... en todas partes la suma de miradas y de trayectorias convierte en riqueza una situación banal, en extraordinario el sitio habitual. Literatura en el mejor y más intenso sentido de la palabra.