En los últimos años los espías han vuelto a los titulares de las grandes portadas, el descubrimiento de escándalos y escuchas han puesto en el centro del debate los límites de nuestra privacidad. Una narrativa de años en torno a la sociedad de la información abierta, hija de las nuevas tecnologías, ha chocado bruscamente contra la realidad del ajedrez mundial, tanto que la opinión pública se ha sentido traicionada por sus propios garantes. No obstante, los medios de comunicación enfatizan la excepcionalidad de la época en que vivimos, la captación de información por parte del poder no es en absoluto una prerrogativa del siglo XXI; al contrario, la adquisición de noticias reservadas está en los cimientos mismos de la Europa moderna. Igual que en el presente, también en la Edad Moderna la parte más sensible de la información la geográfica de los descubrimientos, la comercial de nuevas mercancías o la militar de las innovaciones tecnológicas está muy protegida y reservada, en principio, a las cortes y a los círculos financieros. Entonces las vidas de los espías están entrelazadas de forma especial con las necesidades económicas y militares de dos grandes poderes, la Monarquía Hispánica y el Imperio Otomano, que rigen el destino del Mediterráneo. Fronteras territoriales y hegemónicas, religiosas y culturales, económicas y sociales hacen que la información sobre el colindante, diferente y a menudo enemigo, se convierta en vital para su propia subsistencia. En efecto, los soberanos de la Casa de Austria y los sultanes de Constantinopla invierten sumas estratosféricas de dinero, a través de cajas B, sólo para anticipar las maniobras del adversario