Habrá quien diga que la obra de Pedro Flórez es poco «seria», y sin embargo somos muchos los que estamos dispuestos a batirnos en singular combate para defender lo contrario.
A Pedro siempre le quedó pequeño el diccionario. Era imposible que sólo con las palabras allí disponibles pudiera poner orden en este mundo que le ha tocado vivir, y por eso más que a nadie se le debe considerar un creador.
Pero la suya no es una creación gratuita, ni siquiera caprichosa, porque nace de un sentido prodigioso de la sugerencia musical, de la eufonía, del sobreentendido léxico (en una palabra, de su talento), de modo que es capaz de inventarse una palabra y conseguir que todo el mundo entienda qué significa sin necesidad de explicarla. Tan acostumbrados como estamos a incorporar palabros de infame procedencia como «implementación», «sinergia», «flujo de caja», «estanflación» o «imput», entre otras perlas, me quedo sin dudarlo con las geniales aportaciones como «botilio», «aturtacante» y «fujín», y desde aquí propongo a la Real Academia que deje de fijar, limpiar y darse tanto esplendor y se tome muy serio la propuesta literaria de Pedro Flórez.
Quienes tenemos la suerte de contarnos entre sus amigos celebramos que se haya decidido a reunir su obra en esta magnífica antología porque ya son muchos años «patatando el mendrugo caminar» con él, y ya era hora.
El Niño Gusano
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