Hay ventanas para mirar afuera y las hay para mirar hacia dentro. La mía es de las primeras. Ella me ha mostrado, desde mis primeros años, todo un mundo que ha ido variando en mi fantasía a medida que adquiría conocimientos sobre él. Mi ventana ha sido mi maestra y mis alas, pues por ella sé, por ella sueño y por ella deseo. A veces me olvido de sus rejas, pero es que mi ventana no se limita a sí misma, ni es tampoco mi frontera, ella se convierte en puerta de horizontes a pesar de asomarse a una calle estrecha. Y en verano, mi ventana, además de ojos, es orejas, y me trae los sonidos de la noche a enredarse junto a mi cama. Ella me escucha y yo le hablo en una conversación donde sobran las palabras. Sabe de mí tanto como yo mismo, y me esconde de quien evito, pero llama a todo lo que yo quiero que forme parte de mi alma. Sólo tiene dos problemas: desde ella no se ve el mar y apenas un par de estrellas, pero para eso aprendí a soñar...