Tengo un amigo irlandés que vive en La Herradura y que se llama Harry. Harry está aprendiendo español pero no entiende muy bien a los andaluces en general, y a los de la parte oriental en particular, porque dice que tenemos demasiadas veces la palabra polla en la boca. Mi amigo Harry se queda a cuadros, no entiende una polla, cuando oye, por ejemplo, un diálogo tipo...
¿Qué pollas hases?
Ná. Er pollas.
Le he explicado a Harry que este vocablo no es para nosotros un taco o algo soez, sino una especie de término comodín que metemos en cualquier conversación para engrandecer nuestra apuesta por el lenguaje. Le he dicho que hay palabras genuinas que forman parte de nuestra lengua vernácula con la que crecimos y nos comunicamos: polla es una de ellas.
Además, los granadinos, por ejemplo, son los únicos en el mundo que son capaces de utilizar el sí para negar algo:
Oye... ¿me prestas cien euros?
Sí, por la polla.
O sea, que no.
Mi amigo Harry se ha emocionado con la cantidad de variaciones que tiene la dichosa palabra y me ha pedido ayuda en una tesis que quiere hacer. El otro día me llamó y me dijo: Lo he pensado ni pollas, voy a escribir un tratado sobre la polla que va a ser la polla.
Introducción
Mi amigo el irlandés
Es importante distinguir la procedencia del que emite la palabra
Se utiliza hasta en los pésames
La importancia de que la palabra vaya precedida por un artículo o entre admiraciones
El tamaño sí importa
Cuando sí es un insulto
En el gusto, en el olfato y en el tacto
Pollas en vinagre
La tesis de Harry
La polla en la Lengua y la Literatura
Ya Cela se ocupó de esta palabra en su Diccionario secreto
En el refranero y como apellido o apodo