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Culturas de la Seducción (ebook)

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ISBN: EB9788490124635
Ediciones Universidad de Salamanca nos ofrece Culturas de la Seducción (ebook) en español, disponible en nuestra tienda desde el 08 de Octubre del 2014.
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Argumento de Culturas de la Seducción (ebook)

Se sabe que el término latino ‘seductio’, origen del castellano y contemporáneo «seducción», significa «acción de apartar», «faena de alejamiento». Para la conciencia cultural seducir sería, por tanto y originariamente, desviar de un objetivo y dirigir hacia otro, e implicaría a alguien que seduce y a alguien que es seducido, aun cuando en la mayor parte de los casos la separación entre ambos roles sea confusa y los dos parezcan más bien reversibles, como en cierto modo sucede en la hegeliana dialéctica entre el amo y el esclavo. Pero como el significado convencional de una palabra es solo una instrucción de uso más o menos lata, mejor que consultar un diccionario resulta rastrear los términos con los que se lo asocia, y reconstruir de esta suerte su dominio de pertinencia y su red de connotaciones sociales. Puestos a hacerlo con la seducción, resulta que esta aparece en regímenes de discurso diversos y variados, incluido el científico: para la religión, la seducción representa un equivalente del «pecado»; para la retórica, de la «persuasión»; para la filosofía, del «poder»; para la semiótica, de la «manipulación»; para la psicología, del «narcisismo» o, en versión edulcorada, de la «autoestima»; y para las ciencias sociales y políticas, un equivalente del «dominio» o de la «violencia simbólica». La marca negativa que porta el término seducción queda entonces claramente a la luz. Según la conciencia ordinaria, y hasta según numerosas disciplinas científicas, donde hay seducción se presupone, o al menos se ha presupuesto de costumbre, que hay engaño, trastorno, error, incumplimiento del deber y culpabilidad. Todos ellos «desvíos» de alguna norma ética o política ejemplarmente encarnados en variopintas figuras míticas, históricas o imaginarias, entre las que cabe citar a la serpiente del paraíso, las Sirenas, Lilith, Cleopatra o Don Juan; y que han tenido como su máximo analista, naturalmente infundido de espíritu religioso, a Soren Kierkegaard, autor de un Diario de un seductor no por casualidad vinculado con sus reflexiones sobre la estética. Ahora bien, hay otra versión de la seducción, u otra vertiente de su significado, favorable; débil y minoritaria hasta hace poco, pero tan antigua como la primera y no menos reveladora. Los héroes epónimos de esta seducción buena, por oposición a la mala ya reseñada, serían, entre otros, Genji, Sherezade, Casanova, Lord Byron, Picasso o Lara Croft, sin hacer aquí tampoco distingos fenomenológicamente irrelevantes entre héroes reales e imaginarios, consecuentes o inconsistentes. Y su teórico principal, claro está, Publio Ovidio Nasón, responsable de un Arte de amar refinado y epicúreo en el que con un poco de humor podría verse un antecedente arcaico, y limitado a la esfera de lo erótico, del libro que verdaderamente sirve como indicio del notable cambio actual en la consideración pública de los «desvíos inducidos», el célebre y ambiguo De la seducción escrito por Jean Baudrillard. Aun sin tomar este ensayo más que como un índice cultural y político, sería difícil menospreciar su repercusión pública en nuestra época –muy superior a la del de Kierkegaard en la suya–. La posmodernidad, consciente de la seducción que sobre ella ejerce el espectáculo hiporreal/hiperreal de unos medios capaces de crear o destruir la realidad, reacciona con ambivalencia frente a pareja manipulación; una manipulación que, según Baudrillard, supera toda «voluntad de saber» y anula el entendimiento del sujeto. Pero como al mismo tiempo engendra una infinita fascinación, la posmodernidad hizo de ella, y del libro que la describía, uno de sus referentes canónicos, y las humanidades colaboraron con el ensayismo sociológico en la relativización del antiguo rechazo de la seducción y en la reivindicación, primero tímida y luego más decidida, de su nuevo orden magnético. Una prueba: la estética filosófica más reciente ha mostrado cierta tendencia a sustituir la reflexión sobre lo bello por elogio de lo seductor en cualesquiera de sus variantes concebibles, incluidas, por ejemplo, las mutantes, las biónicas o las cyborgianas, a causa de lo cual Kierkegaard se revuelve ahora en su tumba, atrapado entre el agradecimiento y el sentimiento de haber sido víctima de una traición moral. Dicho esto, sin el apoyo de otros géneros de discurso más difundidos, aunque menos culturalmente legítimos, tal vez no se hubiera extendido como lo ha hecho esta referencia liberal y liberada a la seducción: la publicidad la incorpora a sus eslóganes, la comunicación audiovisual a sus productos multimedia, la psicología a sus terapias interpersonales... Todas las mencionadas fuentes de doctrina, junto con el ensayismo y las humanidades, han contribuido al triunfo casi ecuménico de una seducción delicadamente perversa y estimulantemente afirmativa. Con todo, el cambio más elocuente en el modo social de comprender la seducción es quizá su paulatina biologización, efectuada de la mano de disciplinas como la química, la genética, la neurofisiología y la etología, que han comenzado a analizar sus bases orgánicas y su relación con los rituales de emparejamiento y reproducción. Gracias a dichas formas de saber, la seducción parece incorporarse también, junto con tantas otras temáticas clásicas, a un programa general de naturalización del espíritu –esto es, de la cultura y de la sociedad–. Aunque, a decir verdad, lo que más bien apunta en la emergencia de dichos saberes es la pertenencia de la seducción, vuelta necesaria –seducir o morir, por parafrasear un conocido dicho anglosajón–, al inquietante universo de la biopolítica contemporánea, de la gestión por el poder de nuestros modos normativos de ser y de hacer: porque en el imaginario colectivo, señalado por el neodarwinismo político, las prácticas del «desvío» de los cuerpos y las voluntades son ya casi percibidas como un requisito imprescindible para la supervivencia adaptativa de los más capaces. Como quiera que sea, de este somero recorrido por los avatares de la seducción tal y como se la configura socialmente parece legítimo sacar algunas conclusiones provisionales. Primera, que el concepto de seducción, en su esquema básico, dispone de cierta universalidad, o al menos generalidad antropológica, ya que nos acompaña desde la antigüedad greco-latina, teniendo además correlatos fiables en todas las demás áreas culturales –de ello dan testimonio algunos de los estudios de este volumen–. Segunda, que el concepto de «seducción», a través de su asociación con múltiples regímenes de discurso y formas de saber, designa algo que sobrepasa con mucho la esfera del erotismo, algo que da forma a un determinado tipo de relación social entre los hombres mediada por lo simbólico, y que ya no es universal sino relativa, histórica y socialmente específica. Tercera, que dicha relación social ha visto encogerse sus connotaciones negativas hasta casi desaparecer bajo las positivas, sobre todo durante las últimas décadas y en el mundo desarrollado, el de la sociedad del espectáculo, convirtiéndose la promoción de la seducción en un síntoma cultural global, casi nos atreveríamos a decir que en un «hecho social total», que debe ser investigado por los especialistas en humanidades y en ciencias sociales. Sobre la seducción versan los ensayos recogidos en el presente volumen, que inciden en los objetos propios de las humanidades, en particular en las artes y en la literatura. Esta última sabe mucho sobre el seducir, no solo porque los juegos seductores se infiltran en casi todas las relaciones humanas, sino también porque la propia literatura es una gran creadora de apariencias y de ilusiones, rasgo definitorio del acto de seducción, tanto de la buena como, sobre todo, de la mala. Las obras literarias han sabido explorar tácticas y estrategias que por definición se desenvuelven en lo oculto, lejos de las miradas indiscretas y de las sanciones. Algunos de estos ensayos eligen un enfoque más teórico, reflexionando acerca del concepto de seducción; otros fijan su atención en el desarrollo experimentado por las retóricas de la seducción a lo largo de los siglos y más allá de las fronteras nacionales o bien optan por historizar la ejemplaridad de figuras prototípicas como las ya aludidas del Don Juan o la femme fatale; abundan asimismo los análisis comparados de textos individuales, imprescindibles para no perder de vista la concreción del hecho social de la seducción y su mezcla de particularidad y generalidad; por último, ciertos de entre ellos se alejan de la literatura y del arte para explorar la práctica de la seducción en otros ámbitos como la política o la publicidad, de cuyos regímenes de discurso la estrategia de la seducción forma parte constituyente, como se ha dicho. La seducción amorosa es entendida en la mayor parte de estos trabajos como un juego sin gran relación con el amor, y propenso a manipular los simulacros y los rituales. El seductor aparece mayormente como alguien que, careciendo de ilusiones, sabe no obstante alimentarlas en los demás, adelantándose a los deseos de su «víctima», reflejándolos como un espejo y alentando una promesa de felicidad que se revelará inevitablemente engañosa. Pero además de las esperadas encarnaciones de un seductor masculino y de su víctima femenina, ha interesado aquí también la inversión de sus roles de género tradicionales y la comparecencia de arquetipos de seductoras que, como la aludida mujer fatal, la medusa, la sirena o la esfinge, han servido largamente de pantalla de proyección para los deseos y miedos masculinos. A juzgar por la cantidad de textos modernos y contemporáneos analizados, la actualmente invasora biopolítica de la seducción no hace más que incrementar su imperio: proliferan las figuras femeninas que, en lugar de seducir involuntariamente a través de su belleza, usan su cuerpo y sus otras armas para actuar sobre los hombres con plena conciencia de lo que están haciendo, como si de espontáneas representaciones antropomórficas de la ideología ahora hegemónica se tratara; hasta tal punto la literatura y las artes son sensibles al mundo en el que nacen, y cuyas líneas de tensión social y política reflejan. También en los trabajos que exploran los miedos vinculados a la fascinación ejercida por «lo otro», lo culturalmente diferente, sale a relucir la permanente y ambigua oscilación que suele darse entre la mala y la buena seducción, o mejor entre los buenos y los malos aspectos de un acto por lo demás universal, acaso siempre «malo» y «bueno» a la vez. Dichas líneas de tensión quedan asimismo perfectamente al descubierto en los ensayos de quienes se centran en los procesos de seducción dirigidos a las masas, atendiendo a las maniobras que acompañan una campaña política o publicitaria. En ellos se apunta que, por muy efímera que sea la atención que pretenden captar, los discursos de la propaganda y del marketing siguen empleando los mecanismos de siempre a fin de tocar los deseos más recónditos de sus receptores, y de infiltrarse en los repliegues de la sociedad desde donde les es dado moldear y dirigir las necesidades colectivas. La mala seducción puede ser a día de hoy dominante, e incluso haberse visto legitimada como tal por las ciencias sociales, y sin embargo en la entrega a la seducción ejercida por los medios de masas no deja de percibirse una velada amenaza, pues los individuos parecen cada vez más indefensos ante los absorbentes espectáculos elaborados en nuestras sociedades tecnocráticas, capaces de fabricar, como se afirmó antes, signos hiperreales más consistentes, y mucho más seductores, que la realidad misma. Buena o mala, o mala y buena a la vez, según quienes sean sus actores individuales y colectivos y sus contextos sociales, políticos y económicos de despliegue, la seducción nos acompaña desde siempre simultáneamente como práctica y como teoría, como prestación calculada, y en sus representaciones históricas podemos leer un fragmento de lo que somos, un capítulo de nuestra antropología cultural y simbólica. A ello nos invitan, con rigor y perspicacia, los ensayos recogidos en este volumen, fruto del trabajo realizado durante el XIX Simposio de la Sociedad Española de Literatura General y Comparada (SELGYC) en la Universidad de Salamanca en septiembre de 2012. Patricia Cifre Wibrow y Manuel González de Ávila Universidad de Salamanca0

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