Con seis años mi padre me encañonó con una pistola. Ni siquiera recuerdo su nombre.
Con diez ingresé en la Falange porque quería tocar el tambor.
Mis mayores influencias musicales han sido la Semana Santa y mi primera hostia, la que me dieron al nacer, quizá la más artística y la menos dolorosa.
Me casé con dieciséis.
Más tarde empecé a consumir drogas para evadirme.
Debería haber muerto antes de los treinta.
Durante estos cuarenta años he golpeado la batería como la vida me ha golpeado a mí, con todas sus fuerzas.
Pero juro que este no es un libro triste. Os prometo que al leerlo os reiréis y amaréis la música casi tanto como lo hago yo.