Antes de perder los ojos, el argonauta lo había visto todo. Y ya anciano, sentado al borde de un pozo, a cambio de pan o de vino, despliega su saber sobre criaturas fuera de regla, pueblos exóticos y comportamientos sociales excéntricos que contrasta luego con su realidad inmediata. Al igual que una fábula de Esopo, donde los animales presentan rasgos aplicables a los seres humanos, las breves ficciones de Herrera guardan una perturbadora simetría con nuestra realidad. La evidencia sencilla le permite advertir el funcionamiento de lo complejo.
El narrador, un joven obsesionado con este anciano de órbitas desnudas, da cuenta de su peregrinar. Sin fuerzas ya para cargar armas, al argonauta solo le quedan la espada del escepticismo y el escudo del cinismo. «¿Quién eres? ?le pregunta? Soy el sonido de la sustancia. Soy el aire cargado de la materia que nos define. Soy el pedo de lo trascendente».