El autor responde a esta mentalidad con una magnífica obra de síntesis, en cuyo primer capítulo expone claramente cómo los discípulos de Jesús y la primera generación cristiana creyeron que Él era Hijo de Dios y, por tanto, Dios en el pleno sentido de la palabra. En el segundo capítulo estudia la confesión de fe cristiana durante los siglos II y III; y en el tercero presenta el movimiento conciliar de los siglos IV y V, concretamente desde el concilio de Nicea hasta el de Calcedonia.
De este modo pone de manifiesto la perfecta continuidad de fe entre el testimonio del Nuevo Testamento y el de los siglos siguientes y, finalmente, concluye que en este punto está en juego el corazón de la fe, su meollo irrenunciable.