Los recuerdos, bastante olvidados y modificados, y las ideas, desnudas y a medio hacer, un poco a la manera de fetos humanos, aguardaban en la antesala del cerebro del escritor a que este los terminase de dar forma y los echase al mundo, y concretamente al libro de relatos que estaba escribiendo. Se miraban entre sí con desconfianza, pero al final pudo más la curiosidad y empezaron a hablar y a presentarse.