Cuando se acabe La Habana, cuando la ciudad se disuelva en olvido, óxido y desmemoria, habrá que reconstruirla mediante lo invisible. Cuando se vengan abajo los últimos edificios, y el mar salte definitivamente sobre el Malecón para recuperar lo que fue suyo y alguna vez creyeron los hombres haberle arrebatado, poco va a perdurar de una ciudad que mal resiste apuntalando sus más mentados parques, sus más famosas esquinas y fachadas si no fuera por ese otro material que consigue mantenerla en pie y viva: la nostalgia.