El goloso no saborea más que productos light y fast-food; el lujurioso se lo piensa dos veces cuando se acuerda del sida; el perezoso, que también tiene que vivir deprisa, ya ni se acuerda del placer que da una siesta; el envidioso vive en la ficción, deseando placeres inalcanzables para su bolsillo...
Pero como desde que el hombre es hombre el pecado existe, en lugar de eliminarlo habría que aprender a convivir con él de forma placentera y despertar a los sentidos de su adormecimiento. Por todo ello, pecador, te ofrecemos un buen banquete para comenzar el festín. Abrir el apetito dará paso a los placeres más humanos; y también ayudará a redimirte cuando la ira, la soberbia y la envidia te acechen.