Edmund sabía por qué mataba, pero eso no tenía la menor importancia para él. Lo único que quería era seguir asesinando, porque sentía un placer indescriptible cuando lo hacía y no pararía hasta que lo detuvieran. Los chats eran su campo de caza, una selva donde él sentía el rey y en la que había miles de presas indefensas a las que atacar. No había nadie que pudiera pararle los pies. Mientras, el teniente Conrado y el inspector Fabelo estaban ante la investigación criminal más importante de sus carreras profesionales. Se enfrentaban al asesino en serie más peligroso de las últimas décadas. Un criminal frío, inteligente y sin escrúpulos que no dudaba un momento en asesinar para conseguir sus macabros objetivos