El libro se abre con la fría exploración de dos clubs s.m. (sadomasoquistas) neoyorquinos, para demorarse a continuación en el minucioso relato de cuatro «ceremonias», cuatro complejas escenificaciones oficiadas por una temeraria e imaginativa «ama» quien, rodeada de sus «acólitos» («doncellas», «sirvientes», «camareras»), inflige excéntricas vejaciones a sus «esclavos».
La propia narradora nos explica su propósito : «He decidido contar algunas ceremonias emblemáticas, extraídas de un repertorio más amplio que a menudo gira en torno a puestas en escena ritualizadas donde las inmovilizaciones, los silencios, los juegos para la vista (máscaras, espejos, luces) y la distancia sugieren menos la orgía que el cuadro viviente, incluso si no se reducen a él».
Nuevamente entra aquí en juego toda la parafernalia del aparato sadomasoquista, con sus inevitables aderezos. Sin escapar a él, pero evitando siempre la vulgaridad del hábito, «variaciones» contínuas incrementan en estos relatos la intensidad del deseo y acrecientan la expectativa de lo propiamente sexual, que, como dice narradora, permanece siempre «ahí, constantemente presente, en el centro de todo, pero en suspenso, diferido».