Fernando Savater escribió que a El primer trago de cerveza habría que añadir nuestros pequeños temores y sufrimientos, y así, «juntando ambos, el lector se haría con nuestra exhaustiva semblanza en cuerpo y alma». Pues bien, Delerm lo ha logrado: en La siesta asesinada completa y redondea la lista de nuestros pequeños placeres con la de los pequeños altibajos de la vida diaria.
Cuando ya nos disponíamos, en medio del calor de agosto, a echarnos esa reparadora siesta no queda nadie en casa y reina un silencio sepulcral, de pronto llegan, con un poco de adelanto, los invitados que esperábamos; ya se ha perpetrado el crimen: ¡adiós siesta! Ésta y otras situaciones similares son las que Delerm nos ofrece con las dotes narrativas y de observación que lo han hecho célebre. Después de leer La siesta asesinada , todas estas vivencias jamás volverán a ser las mismas.