Cazador de flores, la primera novela publicada de Benjamín López Guerrero, joven escritor mexicano, expone claramente su esperanza. Todavía es posible nos dice el autor a través de su protagonista, Leonardo gozar de un estado de bondad, sinceridad y honestidad, y salvar este mundo corrupto y decadente. Estamos a tiempo. Esta reivindicación de la pureza no recurre a un origen mítico e inmaculado, a la arcadia feliz por ignorancia, del ser humano, su mundo y su sociedad. No proyecta una realidad digna sobre otra fría y cruel. Todo aquí se encara de frente. Porque sólo a través de lo vivido por Leonardo el lector asiste a los desventurados lances del mundo de la empresa más explotadora, los night clubs, el narcotráfico, las guerras de guerrillas, etc. concurre semejante salvación, como si cualquier valor trascendente se abriera únicamente en la podredumbre más fútil. La clave está en amar. Ya que falta amor en el mundo. «¿En realidad piensas pregunta Leonardo que el amor es una apuesta que cualquier día puedes perder?». Amar es, pues, ganar. Y es que el Cazador de flores busca el desamor y entrega amor y enseña a amar. Para el amor amando, toda la novela consiste en el ineludible ejercicio de recuperación de la clásica categoría de «vida ejemplar»: el bien que hace cada persona, por pequeño y particular que sea, acrecienta la bonhomía y forja, con ello, un mundo mejor. El amor es, en consecuencia, expansivo. Como el universo.