Con un marcado acento Altazoriano, Raúl Sanz nos conduce, de la mano de su vehemente protagonista narrativo, por un descenso a las entrañas mismas del lenguaje. Como un particular Zaratustra o un reflexivo Maldoror, el sujeto narrativo de estas gestas poéticas describe la devastada naturaleza de lo que le rodea en un mundo donde la ausencia ha echado raíces. Donde la solidez de los preceptos prefijados sobre la identidad, la verdad, el tiempo o el amor se desmoronan a base de latigazos de miradas que son versos. En un tono que a veces recuerda las Odas de Álvaro de Campos y en otras a la desgarradora desestructuración del lenguaje de Vicente Huidobro, Raúl Sanz desnuda las carencias de este mundo y las siembra de un vigoroso lenguaje poético que anuncia un nuevo amanecer.