Novísmo poemario del Nobel irlandés Seamus Heaney, es, sin duda, la culminación de su obra. Esto significa, simplemente, que haya alcanzado una meta trazada, deseada, soñada, avizorada, calculada o labrada con suma delicadeza y esfuerzo. Además de lo anterior, el autor ha conseguido ahora, en particular, demostrar una notable congruencia con lo que siempre ha pensado, sentido, dicho. Nunca se ha cansado de insistir en que la forma es tanto el ancla como el barco, es decir, debe lograr la perfecta armonía con lo expresado en el poema. En Cadena humana no hay una estructura elegida, una sola rima, un metro, una cantidad silábica que no coincida y concuerde con la sustancia que la nutre. En plena madurez, dueño ya de una absoluta destreza en cuanto al manejo de los vehículos de su verso, Heaney genera una luminosidad extraordinaria tanto en el lado de la vida que se inicia con un primer aliento, como de la muerte que se inicia al exhalar en este mundo inhalando en otro, todo a base de detalles personalísimos que, ahora, merced a tangibles y humanos eslabones, resultan también nuestros, recién nacidos en nuestra lengua, como si los hubiéramos dado la luz, puestos a prueba, habiendo ya despegado, como su papalote, por cuenta propia, y a la vez como caídos del cielo.