Todavía hay quien piensa en los gastrónomos como en una cuadrilla de tragones egoístas, despreocupados por todo lo que les rodea y que suelen pertenecer a la élite de los poderosos. Desde luego, la comida puede y debería ser un placer (al que todos tenemos derecho), pero comer, en palabras de Carlo Petrini, es también un «acto agrícola»: seleccionando alimentos de buena calidad, productos que respeten en sus procesos de producción el medio ambiente y las tradiciones locales, favorecemos la biodiversidad y una agricultura justa y sostenible. Por consiguiente, si alimentarse es un «acto agrícola», producir debe ser un «acto gastronómico», que reúna, al menos, los tres requisitos mencionados en el título: bueno, limpio y justo.
A través de fragmentos autobiográficos (desde la historia de los pimientos de Costigliole dAsti hasta el encuentro con las culturas campesinas de México, Escandinavia o África.), sazonados con meditadas reflexiones, datos estadísticos y propuestas concretas, el autor nos permite comprender lo extensa que es, hoy, la galaxia de las disciplinas y los diferentes "savoir faire" que gravitan en torno a los alimentos.