Los comuneros crearon la plaza y los indignados la mostraron al mundo. Carlos V levantó la única puerta que tuvo y Felipe II la cercó de conventos. La vaguada que había separado el Madrid morisco del medieval cristiano pasó a ser la calle Ancha de la Puerta del Sol.
Se engalanó con arcos triunfales para recibir a los reyes y fue lugar predilecto de asambleas y motines. Acogió el célebre Mentidero de la Villa, contuvo el aliento con el crimen de Villamediana, el magnicidio de Canalejas y el primer atentado de ETA.
Escenario del 2 de mayo y del júbilo republicano, fue predio de liberales y literatos, ruedo de tertulias, paraíso de golfos, algarabía de castizos, campanadas de Año Nuevo y kilómetro cero de las Españas.
Su carácter abierto, como encrucijada y lugar de encuentro, le ha conferido una acusada personalidad de plaza viva, emblemática.