La continuada brisa marina emanada desde el malecón sobre su rostro llega a ensimismarlo. ¡Qué agradable es sentir esta caricia! Qué bueno pasearse en aquel coche hasta el instante que la maldita rueda revienta sacándole de la carretera.
Pocos le dan su adiós en el cementerio. La comitiva fúnebre acompaña el féretro que, dentro de la lujosa limusina, resplandece y huele a barniz. Delante del nicho del eterno descanso, su compungida novia jadea audibles sollozos. En su secreta esperanza lo sabe: los coches fúnebres no tienen maletero, por eso Manuel al final de sus días no lleva más equipaje que una corona de flores y todo el amor de ella, que no ha dejado de quererlo.
PVP (En papel)