José Antonio Navarro describe en Así cayó la Monarquía una crisis que se remonta a los albores de la Restauración canovista y que culmina entre el 11 de abril, víspera de la convocatoria a elecciones municipales, y el 15 del mismo mes, fecha en que la familia real partió de Madrid rumbo al destierro. Las elecciones municipales las ganaron las listas monárquicas, pero el desprestigio del rey entre sus partidarios y la desmoralización del propio Alfonso XIII, permitieron a un puñado de audaces irrumpir en el Palacio de Gobierno. En cuanto Miguel Maura y Niceto Alcalá-Zamora se sentaron en las mesas de los ministros de la Monarquía, el Estado entero se puso a sus órdenes.
Esos días de abril del 31 siguen presentes en la política española como una amenaza, un enigma o una esperanza. En esas crisis afloraron todos los problemas arrastrados desde décadas antes: el caciquismo, la cuestión obrera, los nacionalismos, la violencia como vía legítima para alcanzar el poder, la decrepitud del sistema parlamentario y de los partidos.
Como señala José Javier Esparza en su prólogo a Así cayó la Monarquía, el autor ha conseguido transmitir con una calidez casi biológica el pulso real, cotidiano, vital, de los españoles de ese momento, ese abril de 1931. No sólo de los españoles que ostentaban responsabilidades políticas, sino, sobre todo, de los españoles de a pie, los que cruzaban calles aún poco pobladas de automóviles o roturaban campos aún pobremente mecanizados; los que se hacían limpiar las botas en la terraza de un café y también los que, agachados, limpiaban las botas en cuestión.
La conclusión de José Antonio Navarro es que a Alfonso XIII le tocó, más que reinar, presidir una sociedad en lenta descomposición.