Desde mediados del siglo IX a. C. había comenzado a penetrar en la Hélade la influencia procedente de Siria y de Fenicia, como revelan tanto la adopción del alfabeto púnico por los griegos como la presencia de objetos de ajuar en algunas tumbas de la necrópolis ateniense del Dipylon. Sin embargo, durante este periodo, la ciudad de Atenas acogió los materiales artísticos de Oriente sin que su producción artesanal experimentara transformaciones sustanciales. Andando el tiempo, ya en torno al 750 a. C., comenzaron a aflorar características y motivos iconográficos que revelan una profunda influencia de las culturas de Oriente. Ahí comenzaron a emularse las estatuillas de marfil y los seres híbridos y monstruos de ascendencia oriental surgían, todavía discretamente, en la pintura cerámica, acogidos entre el horror vacui de los diseños geométricos.