«Cuando todavía era sólo un niño más, rebosante como todos de curiosidad y con nuestra capacidad de sorprendernos e impresionarnos casi intacta, los ancianos de la ciudad se complacían observando nuestras caritas asombradas gracias a sus narraciones sobre la Eternidad, las gestas míticas de los Dioses o las leyendas protagonizadas por seres de otros mundos?»
Menos mal que todos conservamos en parte esa capacidad infantil al llegar a adultos, de lo contrario la vida nos resultaría incluso más insoportable; es por ella, en su honor, que estos nueve relatos intentan satisfacerla o al menos homenajearla, cada cual a su manera y jalonando un momento dado en la evolución de este aprendiz de escritor. No todos tratan sobre la Eternidad, sino respecto al rival implacable que termina siendo el T iempo, mientras que las gestas interpretadas por sus personajes son humanas hasta la exageración y estos, en fin, son seres reales y ficticios a la vez o, mejor dicho, son como las criaturas que pueblan el mundo de los sueños. También allí, por supuesto, la Esperanza vagabundea de incógnito pidiendo limosna por las mismas esquinas donde acecha la sombra de la Muerte; lo mismo sucede aquí, dentro de estas páginas, entre líneas, tal es el ingenuo propósito del autor: que el lector las encuentre a ambas y que las distinga como lo que en realidad son, las dos caras de la misma moneda con la que pagamos el precio de nuestra existencia.