Sergio se da cuenta de que su vida se ha convertido en un círculo de repeticiones constantes. Sus amigos representan siempre la misma escena, su psicoanalista parece que escucha pero solo dibuja garabatos en su libreta, su casa se desmenuza ante sus ojos como si estuviera fabricada en cartón piedra, y los desconocidos conspiran para que todo le salga mal. Las luces se apagan en un acto y se encienden en el siguiente, llevándolo de uno a otro para que no escape. Es inevitable, el guión debe seguirse hasta el final, sea cual sea. Después, el público aplaudirá y saldrá de la sala, y la vida de Sergio habrá dejado de existir.