David decide morir. Su vida ha sido corta y rápida, lo bastante intensa como para sentirse un hombre afortunado; tiene un trabajo cómodo como profesor de Literatura y una relación estable con la mujer más maravillosa que jamás ha conocido. Pero eso no es suficiente. Necesita sentir las pasiones que ha devorado en los libros durante su adolescencia, y que sólo es capaz de experimentar en sus propios escritos. David ha vivido en una búsqueda continua, un juego que comenzó en la pubertad junto a su extraño amigo Sancho y que termina con una derrota personal que tratará de expresar, una última vez, frente a un tablero de ajedrez, con sus propios recuerdos.