¡Qué incendio! ¡Qué esplendor! Mi vocación pirómana se supera esta
noche. Se prodiga en llamas que se empinan desde abajo, de la acera,
tratando de subir a mí, como lenguas de fuego más largas que las del
Espíritu Santo. Lenguas vile, lisonjeras, no me venga a decir ahora que
yo soy el incendiador de Nueva York porque no se lo voy a creer.