La pureza guarda un estrecho parentesco con el amor, y su ausencia, con el desamor. Hablar de pureza es hablar de felicidad. Contribuye al propio desarrollo y enriquece la relación. Tratar de pureza es hablar de don de sí, de equilibrio y valentía y de interacción entre persona y sociedad. Pero también de castidad conyugal, de celibato cristiano y paternidad espiritual.