Para empezar les diré que me llamo Fortunato Fortuna, que tengo cincuenta años cumplidos y que soy soltero todavía. Nada más les diré de cuanto me atañe, al menos por ahora, y más tarde, lo menos posible; pero con todo eso, acaso tocarán con la mano muchas cosas: acaso mis cincuenta años podían haberse empleado de mejor manera; acaso no es mía toda la culpa de que siga soltero aún, y seguramente mi nombre es una ironía o una burla, porque ha faltado a cuanto me prometía en las fuentes bautismales. Pero por ahora nada de todo eso; y de mí, baste con lo expuesto. Estoy unido a la familia Cortesi desde tiempo casi inmemorial: desde que estudiábamos la gramática latina que nos enseñaban en verso. Recuerdo que el pequeño Venturino Cortesi chupaba palabras del maestro, y era el primero de la clase, y que su hermano Juan y yo éramos los últimos. De buen acuerdo, mientras el latín pasaba a distancia por encima de nuestras atolondradas cabezas, uno de nosotros daba caza a las moscas, el otro las preparaba ciertas colitas de papel que, pegadas ferozmente en la parte posterior, hacían reír a los escolares volando por los bancos o batiendo en los cristales o en la pizarra del señor maestro...