Cuando a los dieciocho años el mundo te empuja a sobrevivir en barracones de prisioneros, a observar cada mañana la siempre humeante chimenea de un horno crematorio, a escuchar el sonido metálico de las vallas electrificadas, a soportar la crueldad de los soldados nazis, en definitiva, cuando a los dieciocho años la vida te enfrenta al sinsentido del horror, solo el amor y la esperanza pueden salvarte de la locura. Esta es la historia de Ramiro Santisteban, un español que al término de la guerra civil, tras huir de la Península y alistarse en el Ejército francés, acabó apresado por las tropas nazis y recluido en el campo de Mauthausen, clasificado como de tercera categoría: exterminio total. Hoy, a sus casi noventa años y cuando se celebra el 65 aniversario del cierre de este campamento en el que fueron confinados más de siete mil españoles, además de su vida allí, rememora el momento en el que conoció a Niní, su mujer, su compañera, la madre de su hijo. Solo la comprensión y el cariño de esta francesa por cuyas manos pasaban los expedientes de los oficiales nazis fueron capaces de hacerle olvidar el espanto en el que vivió durante los cinco años que pasó recluido en el infierno