Su abuela no recuerda su nombre, pero María, en vez de entristecerse, lo ve como una oportunidad para repetirle una y otra vez lo mucho que la quiere, asegurándose que así no lo olvidará nunca.
Con el paso de los años, María ha ido acumulando un sin fin de recuerdos de momentos vividos con su abuela: las salchichas del almuerzo de los domingos, el coche azul con el que iban a la playa, sus abrazos durante las tormentas de invierno... Ahora, su abuela no recuerda esos momentos, incluso se inventa nuevas reglas para los juegos a los que siempre han jugado juntas. Su padre está triste, pero afortunadamente María está feliz de ayudarlo a crear nuevos recuerdos para compartir.