XXI Empieza a llover. Y pasa otro olvidado repensando sus sinsabores y sus días, distraído. Respiro profundo. Y atravieso la alambrada de tu risa placentera. Y siento tus enigmas con el orbe a solas. Y, al fin, mi terca angustia por acabar nunca nada. Hablo solo. De nosotros. Mordiéndome las uñas. Noto el peso certero de tu imagen como una constelación de irrompibles escalofríos que bajo los arcos confidentes del paraguas se detienen distantes, cautivos, en el borde devastado de mis labios donde terminan tropezando con los besos de siempre, tan gastados.