Existen lugares, espacios particulares, personales, inolvidables que dejan esparcidas en el aire partículas, apenas visibles, de su propia historia. Existen más allá del tiempo, de los límites humanos que establecen la vida o la muerte, de los caminos paralelos que inventamos. El Dario¿s Jazz no era uno de esos lugares, era el lugar [...]. Conozco de memoria los nombres de todos los clientes, las mesas que ellos mismos se asignaban, las copas que pedían, el silencio que enmascaraba la decepción a la hora de echar el cierre. Me basta con cerrar los ojos un instante para volver a sentirlos, girando sobre mí, a mi alrededor, como imágenes ilusorias provocadas por algún defecto del cerebro. Pero nada de lo que allí existía pervive hoy como algo material, real, capaz de detenerse en las retinas o prestar su sonido a los oídos. Conservo en la memoria todo lo que sentíamos, cuando los náufragos que éramos subíamos la escalinata de una embarcación que prometía dejar anclada la soledad en el puerto más cercano. Conozco de memoria todas las historias que arrastraba el oleaje y, sobre todo, las notas... pecadoras, insistentes, evocadoras... La música que se erigía como el alma del Darío¿s Club: EL JAZZ. Ahora, desde el muelle de mi presente, lo veo alejarse como un barco a la deriva.