Ex colaborador de T.W. Adorno en su juventud, Alexander Kluge comenzó su carrera cinematográfica como asistente de Fritz Lang y pocos años más tarde se erigió en padre del Nuevo Cine Alemán, movimiento que revitalizó el cine de ese país y que posibilitó el surgimiento de directores como R. W. Fassbinder, Werner Herzog y Wim Wenders. Las 120 historias que componen este libro, parciales y subjetivas según nos advierte el propio Kluge, tratan de la edad temprana del celuloide ese cinéma impur de tiempos en que la imagen cinematográfica combinaba elementos del teatro, las artes plásticas y la literatura, de la azarosa separación entre cine documental y de ficción, y de cómo el sol, a través de su juego de luces, fue quizá pionero del cine de autor. Narran el brío con el que las masas se apropiaron de ese cine reciente, los avatares de un nacionalsocialista en Hollywood, los proyectos truncos de Tarkovski y de Fritz Lang, y se interrogan por la posibilidad de poner en imágenes la plusvalía o el fin de la Segunda Guerra Mundial. Pero por sobre todo atestiguan una cosa: que el principio cine tan antiguo como el sol y las representaciones de luz y oscuridad en nuestras mentes surge mucho antes que el arte de filmar ya que se basa en la comunicación pública de lo que nos mueve por dentro; y que esa utopía que tiene lugar desde antaño en la cabeza del espectador no desaparecerá con la llegada de la tecnología digital, pues incluso cuando los proyectores hayan dejado de traquetear habrá siempre algo que funcione como cine.