Esta ejemplar gitana, casi octogenaria ya, ha sido siempre una especie de ambulante portadora del mejor y más puro material del cante. Jamás se dio a conocer fuera de unos muy reducidos círculos de aficionados. La habíamos visto muchas veces por las calles de Jerez, en alguna perdida taberna, casi mendigando unas moneda a cambio de una improvisada ejecución de soleares o bulerías. Tía Anica la Periñaca define, sin duda, toda esa supervivencia, ya sorprendente por insólita, de los antiguos esquemas sociales y estilísticos del cante. Ella aprendió de sus paisanos, de Manuel Torre, de Antonio Frijones, de tío José de Paula, hasta convertirse en una prodigiosa cantera de casi olvidadas sabidurías flamencas. Podía ser un insuperable caudal de enseñanza y rara vez se la ha considerado como lo que realmente es: un ignorado y portentoso ejemplo de la verdad humana y del dramatismo expresivo del cante [...] Todo el humano chorro de pasión de esta anciana excepcional emerge como una flor terrible de cada una de sus llameantes lamentaciones. Para nosotros, la intocable raíz del flamenco está representada exactamente en esas entrañables, humildes, sobrecogedoras quejumbres, extraídas de la más oscura memoria racial [...] Canta como si exteriorizara en un sollozo toda su intimidad. Ella no comprende que uno pueda explicar de otro modo lo que se le agolpa por dentro. Se entrega al cante a intuitivas bocanadas de liberación, como si abriera de par en par su amordazado espíritu.
José Manuel Caballero Bonald
Archivo del Cante Flamenco