Mi cuerpo sereno, aliviado de la prisa y de la desesperación, como si estableciera alrededor de tu ausencia un espacio cálido de rabia y quietud, que me circunda el corazón y los huesos, cobijado del frío bajo mi chaqueta, viendo pasar ante mis ojos sombras proyectadas en los cristales, sombras de caras que nunca he visto y que se van perdiendo en cada pueblo por el que pasamos, vislumbrando, adormecido, lugares de Arroyuelo que ya no sé ni dónde están, habitaciones de techo alto con vigas de madera, en las que dormí de niño, alacenas y bodegas en donde huele a aceite revenido, vino y humedad, callejones oscuros en los que resuenan de noche los pasos de alguien, de fantasmas, del hombre del saco, de la bruja, del ladrón de la zapatilla blanca o el aleteo del búho