¿En virtud de qué título invocar la regeneración? Desde el primero y más sobresaliente de todos: ¡la condición de ciudadano! Un ciudadano que, como los revolucionarios franceses de 1789, considera que su prioritaria obligación es su indubitado compromiso a favor de la preservación de los más altos intereses de su Nación. Estamos convencidos como apuntaba Balzac de que en las grandes crisis, los corazones se rompen o se curten. Como ciudadanos nos negamos, a pesar de las ingentes adversidades, a que nuestro destino se quiebre. En nuestras manos está, pues, hacer todo lo requerido para reorientar el presente y encauzar el rumbo.
El tratamiento es exigente, pero además de ser un imperativo ético, carecemos de alternativa. Y eso que las bases de la regeneración no son nuevas: rearme moral, regreso a los valores de esfuerzo y sacrificio, preservación del marco constitucional y cumplimiento de las leyes, austeridad en el gasto de los fondos públicos, reconocimiento de la diversidad territorial pero al tiempo salvaguardia de los principios de igualdad, eficacia y solidaridad, respeto a las instituciones y una generosidad de miras por parte de nuestra clase política más allá de los rácanos intereses de bandería y del inmediato interés electoral.