Nietzsche caminaba por la calle cuando, ante sus ojos, se presentó la imagen de un cochero atizando cruelmente con un látigo al caballo que tiraba del coche, el cual se negaba a dar un paso más. Cuentan que Nietzsche corrió a abrazar a ese caballo y, bañado en lágrimas, se interpuso entre el humano y el animal. Puede que este libro no haga más que girar en torno a esa misma escena. Puede que este libro no sea más que un eterno abrazo a ese caballo que se negaba a arrastrar por más tiempo el carro de la Humanidad.