En aquellos años turbulentos, existió un continente que fue cuna de reinos y ciudades cuyo esplendor jamás ha sido igualado. Baki-rahbert, La de las Mil Torres; Meloh-tón, capital de la bella y exótica Mah-sedonia o Trespalmos, sólido bastión limítrofe con la cordillera del norte, más allá de la cual moraban las peligrosas tribus bárbaras.
Los sucesos que marcaron el devenir de aquella tierra han llegado hasta nuestros días a través de algunos legajos de las antiguas crónicas. En ellos se cuenta que gallardos caballeros de brazo indomable y deslumbrante armadura dejaron su impronta realizando gestas inigualables; que reyes y sultanes de gran sabiduría y dignidad guiaron a sus pueblos por la senda de la prosperidad y la justicia; que sacerdotisas y hechiceras de belleza turbadora elevaron artes conocidas, y otras olvidadas, a niveles de maestría jamás superados.
De virtud, valentía, coraje y talento, nos hablan, con prosa delicada y sublime, aquellos cronistas cuyo legado ha sido revelado a unos pocos. Pero has de saber, oh viajero, que dichos cronistas mintieron como bellacos.