En 1741, una descomunal flota inglesa, mucho más grande que la que envió el rey Felipe II contra Isabel I en el siglo XVI, zarpó con el objetivo de apoderarse del puerto de Cartagena de Indias. Si éste caía, los invasores dispondrían de una cabeza de puente desde la que dividir el Imperio y cortar las comunicaciones del virreinato de Perú con la Nueva España y con Madrid. Tan seguros estaban los ingleses de su victoria que antes de la batalla acuñaron unas medallas para celebrar la rendición de la plaza. Sin embargo, los menospreciados españoles les derrotaron.
Los invasores ingleses no contaban con la tenacidad y el valor de Blas de Lezo. Este vasco, nacido en Lezo (Guipúzcoa) en 1689, participó en su primera batalla naval a los quince años. Mutilado en varios combates hasta el punto de ser llamado medio hombre , resistió con unas pocas fuerzas la escuadra inglesa. Su victoria salvó, sin duda, el Imperio por otros sesenta años, pero su superior, el virrey Eslava, le pagó con la difamación ante el Rey. Al menos, el hijo del héroe pudo conseguir la rehabilitación póstuma de su padre.
El vasco que salvó al Imperio español no se limita a describir la sorprendente vida de Blas de Lezo, sino que, además, trata la situación de la España del siglo XVIII, un Imperio asentado en las dos orillas del Atlántico Desde la Marina y el funcionamiento de los convoyes de galeones, a la construcción de fortificaciones y el cobro de impuestos.