Al reconstruir la historia de esta idea, que ha sido clave para la cultura europea, Fernández Buey argumenta tres cosas que el pensamiento utópico contemporáneo no podrá obviar ya. Primera: que el destino de las grandes ideas utópicas de la humanidad ha sido, casi siempre, como el de las profecías, hacerse templo, institución o realidad político-social en otro lugar, en un lugar diferente a aquél para el cual las utopías fueron pensadas. Segunda: que incluso en las grandes distopías del siglo XX se escucha el latido de las ilusiones naturales de leopardiana memoria. Y tercera: que, precisamente por lo que estas distopías enseñan sobre el hipotético mal lugar al que puede ir a parar la humanidad, la ironía, la sátira y la parodia tienen que ser compañeras de viaje de la utopía madura o concreta, la cual pierde, sí, la inocencia pero vuelve a enlazar, por vía negativa, con las ilusiones naturales del ser humano.