En el siglo XIX las ciudades europeas y españolas experimentaron una transformación notable. El paso del Antiguo al Nuevo Régimen tuvo una incidencia directa en la evolución del urbanismo. Salamanca, como capital de provincia, no fue ajena a esta realidad; sin embargo, su escaso desarrollo demográfico e industrial ralentizó los procesos de desarrollo urbano. El cambio de imagen de la ciudad comenzó con los efectos de la Guerra de la Independencia y las desamortizaciones posteriores, que provocaron la ruina de un número importante de edificios. El ascenso al poder de los gobiernos liberales impulsó una avalancha de iniciativas encaminadas a dar a la ciudad un aspecto más acorde con el gusto y la mentalidad de la burguesía dominante. Las calles San Pablo y Rúa son un buen reflejo de la influencia que estos procesos tuvieron en las calles de Salamanca. Además de las transformaciones en la red viaria, a lo largo del siglo mejoraron las infraestructuras, como las de abastecimiento de agua, saneamiento o alumbrado. Los adelantos también se dejaron notar en los servicios y las dotaciones, con el levantamiento de un mercado, un cementerio, un matadero y un teatro. También mejoró sensiblemente durante la segunda mitad de siglo la red de comunicaciones, con la construcción de carreteras modernas. La llegada del ferrocarril en 1877 supuso la mejora más sensible en este aspecto.